Jub, un compañero en la misión
En mi vida si algo he ido aprendiendo al rezar y leer el evangelio es aceptar lo extraordinario en nuestras vidas. Lo imprevisible nos despierta nuestra visión sobre la vida y nos hace entrar en dimensiones nuevas de la realidad, que antes nunca hubiéramos soñado.
Cuando llegué a Bangkok en 1985 para trabajar con la población camboyana desplazada en la frontera entre Tailandia y Camboya conocí a un voluntario tailandés: Phongphang Phokthavi, conocido entre sus amigos como “Jub”. 2 años mayor que yo, ingeniero mecánico, muy alegre y lleno de sentido del humor.
Jub me ayudó y me guió no solo en el conocimiento de la mentalidad de Asia y en el servicio en los campamentos de refugiados, sino que fue mi compañero de fatigas, animándome y compartiendo el trabajo con personas con discapacidad. Siempre hemos compartido retos, alegrías y frustraciones. Y en aquel contexto de guerra, sufrimiento y vida de aquella frontera llena de refugiados y personas desplazadas, casi medio millón de personas, su manera de ser, sencilla y arraigada en el servicio, fue una inspiración y un apoyo para mí.
Allí en la frontera el equipo del Servicio Jesuita a Refugiados (en inglés JRS) compartíamos la misión gente de procedencias muy diferentes. Jóvenes y mayores: religiosos, laicos, sacerdotes, religiosas,… de 8 y 12 países diferentes. Y compartir la misión significa no solo la acción y lo servicios, también significa compartir: el techo, un sencillo estilo de vida, mesa y eucaristía.
Con su carácter abierto y alegre, y por otro lado con sus sueños románticos soñando que la vida pueda ser diferente, Jub, en aquella comunidad tan llena de colores y rica de personalidades, fue creciendo en compromiso real por la gente sencilla. En Jub siempre he encontrado una persona valiosísima, que hacía que nuestra comunidad tan diversa en una comunión de misión, vida y trabajo, se convirtiera en un “hogar y taller”, donde se unen dos aspectos fundamentales de nuestra vida: tener un lugar donde uno se siente a gusto, como en casa y a la vez va forjando artesanalmente con las otras personas del equipo futuros pasos para profundizar en el servicio a los demás.
Con Jub, la mi vida me mostró cómo se puede ser extraordinariamente normal. Pasados los años en vez de acomodarse en posiciones que le trajeran una vida más tranquila o segura, siempre ha ido tomando decisiones, que le sacaron fuera de “su querer y desear” hasta ver que consagrar su vida definitivamente para los demás siendo jesuita es su identidad, que ya ha vivido desde los primeros años de los campamentos de refugiados.
El pasado 24 de mayo, en Battambang, tuvimos la ordenación sacerdotal de Jub. La fiesta más bonita que hemos tenido en los últimos 9 años en el recinto de “pet yeiy chy”. 25 años de una historia de entrega y amistad con Camboya se condensaban en una celebración multitudinaria que reunía amigos de todas partes del mundo y a la familia Phokthavi. Casi un par millares de personas, muchas de ellas con discapacidad y antiguos cooperantes, refugiados, con 40 sacerdotes incluidos y una familia numerosísima de los Phokthavi, arroparon a Jub en este paso de consagrar su vida a los demás.
Si uno se abre a lo extraordinario de la vida, siempre se aprende mucho. Quiero dar gracias a Dios por Jub, compañero y amigo de la misión en Camboya en estos 25 años, que con su vida nos muestra como se puede ser extraordinariamente normal en el servicio a los demás y siempre abierto a que Dios siga llamando por nuevos caminos para profundizar de una manera flexible, alegre, comunicando vida en la fidelidad al “más amar y servir”.
Kike Figaredo sj
Battambang, 18 de julio 2009